Uno de los temores que embargaba a José Eustasio Rivera ante “La vorágine”, obra de su autoría, era que se le leyera como ficción y no como una novela de denuncia social, que daba cuenta del genocidio cauchero en los inicios del siglo XX. En una carta dirigida a un amigo suyo, que había sido cónsul en Manaos, Brasil, manifestó sus miedos.
“Dios sabe que al componer mi libro no obedecía a otro móvil que al de buscar la redención de estos infelices que tiene la selva por cárcel. Sin embargo, lejos de conseguirlo, les agravé la situación, pues solo he logrado hacer mitológico sus padecimientos y novelescas las torturas que los aniquilan”, escribió en esa carta, leída por la docente y escritora colombiana, Daniella Sánchez Russo, para dar inicio al conversatorio “Se los tragó la selva. Cien años de La vorágine”, efectuado este domingo 12 de noviembre en la 19ª Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven) 2023.
Junto a Sánchez Russo estuvieron sus compatriotas Vanessa Londoño, ganadora del premio de literatura Aura Estrada en la Feria del Libro de Guadalajara y autora de la novela “Asedio Animal”, y Esteban Duperly, autor de las novelas “Dos aguas” y “El medidor de tierras”. Ellos analizaron el impacto de la obra a un siglo de su publicación y el significado que tiene hoy para comprender los riesgos y amenazas que se ciernen sobre la Amazonía.
Vanessa Londoño considera que el momento histórico de la novela es muy importante, porque se ha repetido tres veces en la historia colombiana: la independencia, el centenario y el bicentenario de esta gesta. La vorágine “es hija del pensamiento centenario”, pues al momento de su publicación, en 1924, había pasado un siglo de la independencia del país vecino.
Arturo Cova, el protagonista en la obra, “sale como en representación de esa mentalidad del hombre centenario a hacer un viaje para descubrir el territorio nacional, y ese viaje yo lo veo muy similar al que hizo Francisco José de Caldas en la independencia, en 1810. Es un viaje que también busca repensar el territorio nacional más allá del anexo que siempre fue visto desde la colonia”.
El mensaje de “La vorágine” sigue siendo de interés para interpretar el devenir de Colombia, a dos siglos de su independencia, refirió la escritora, quien también ve trazos de esta historia en otras obras como “El reino de este mundo”, de Alejo Carpentier, y “La cándida Eréndida”, de Gabriel García Márquez.
En el caso de las mujeres, Londoño también encuentra elementos que permiten ver cómo a principios del siglo XX eran infantilizadas. Ello se refleja en la historia de Alicia, la esposa del protagonista de la novela, que “no tiene lugar de enunciación”, es un personaje sin discurso. En contraste, está la niña Griselda, que sí tiene un discurso, pero se considera vulgar. Pero en el caso de ambas, sus vivencias significativas como mujeres son narradas por hombres.
Al respecto, Daniela Sánchez considera que la presencia de la mujer en la novela está marcada por cierta dosis de rebeldía, como se refleja en el episodio del escape al inicio de la novela. Incluso, considera que el destino de Arturo Cova, tragado por la selva, puede leerse como una venganza del escritor.
Conflicto centro-periferia
En su intervención, Esteban Duperly define a “La vorágine” como una novela muy contemporánea, a pesar de haberse escrito hace 100 años, por el tratamiento del espacio geográfico y el reflejo de una mentalidad de la época, a través de la relación “centro-periferia”. El centro es Bogotá y el mundo andino, y “en la medida que los territorios se van alejando de ese centro simbólico van careciendo de sentido, justamente porque sobre ellos no están esos emblemas de lo urbano, del hombre”
Estos territorios alejados del centro se asumen como espacios vacíos, carentes de sentidos. Para dárselo, hay que ir a ellos para poner sobre ellos la impronta de la modernidad y los emblemas de lo humano, intención que el escritor aprecia en otras expresiones artísticas como la fotografía.
Eso, además, implica asumir la naturaleza como obstáculo moral y sexual, vista desde la voracidad extractivista. En este caso, la selva es el infierno verde y se imponen relaciones signadas por tres verbos: poseer, dominar y penetrar. “La vorágine fue escrita en el marco de una visión del mundo patriarcal”, agregó.
Una influencia literaria
Además de promover la lectura crítica de “La vorágine”, Vanessa Londoño y Esteban Duperly ven en esa obra elementos que guían su propia creación literaria. Duperly, por ejemplo, ve reflejado ese influjo en su más reciente obra, “El medidor de tierras”, que cuenta la historia de un agrimensor que debe demarcar una frontera.
De alguna forma, “El medidor de tierras” recuerda la propia vida de José Eustasio Rivera, quien recorrió la frontera colombo venezolana, un viaje que le permitió descubrir las atrocidades que luego denuncia en su obra. “Yo volví a leer ‘La vorágine’ y encontré las claves que me permitieron escribir la novela”, relató el escritor.
Por su parte, Vanessa Londoño atribuye al clima de la época la grandilocuencia de la obra y la formalidad de los abogados. El final de la novela es un metafinal. “Se sale un poco el narrador y cierra la última página de la novela por fuera de la narración de la selva. Sale un cónsul explicando que a Arturo Cova, a Alicia y a su hijo se los devoró la manigua (la selva), literalmente”, refirió Londoño, quien cree que ese símil se aplica a la realidad actual, donde distintos problemas terminan tragándose de la sociedad.
El conversatorio “Se los tragó la selva. Cien años de La vorágine” forma parte de las actividades dirigidas a promover la literatura de Colombia, país invitado de honor de la 19.a Filven.
La programación de la feria, que cerrará el 19 de noviembre, está disponible en www.filven.com
Gracias
por leerme.
Hacer
Cultura es Hacer Patria.
J.
A. Gómez Giménez.
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