Cada 14 de enero en Venezuela y, preferentemente en el Estado Lara, específicamente en Barquisimeto y sus alrededores, se siente la presencia de la patrona espiritual de la región: la Divina Pastora. La historia de esta imagen es harto conocida al igual que las del padre Macario Yépez, la población de Santa Rosa, de la actual catedral de Barquisimeto, entre otras.
Sin embargo, hoy quiero
desmitificar el relato acerca del sacrificio del padre Macario.
La historiografía
romántica elevó a la divinidad al presbítero y maestro José Macario Yépez,
hasta tal punto que los historiadores y cronistas de la época, salvo contadas
excepciones, desfiguraron, retorcieron y alteraron la figura de este activo
personaje del siglo XIX.
Este sacerdote de
polémico verbo, connotado proceder y todo cuanto existe aún en los archivos y
apuntes de la historia oral y escrita, aparte de sobresalir en la política
nacional como representante ante el Congreso y el Senado de la República, fundó
periódicos y escuelas.
Su amor por la iglesia
fue demostrado en incontables escenarios, y uno de los tantos ejemplos fue
aquella aventura cuando adquirió una deuda mil millonaria de “dos mil pesos
para sufragar la reconstrucción del templo parroquial” de la Concepción,
destruido por el Terremoto de 1.812, dinero que el Gobierno nacional le negó.
Pero historiadores y
cronistas, mucho después de su muerte, lo llevaron al terreno de los dioses,
deificándolo hasta el plano del culto al romanticismo, soslayando muchos
aspectos de gran relevancia.
El Hermano Nectario
María, escribió que el sacerdote y maestro Yépez falleció de cólera pero el
padre Alegretti, demostró que éste murió de tifus o fiebre tifoidea, el 16 de
junio de 1.856, cinco meses luego de la primera visita de la Divina Pastora a
Barquisimeto.
Cita que “La enfermedad
adquirió la forma cerebral, delirio violento o hipertermia. Los médicos de ese
tiempo le aplicaron sangrías”. Más adelante refiere al educador Juan Manuel
Álamo, quien afirmó que solo por razones políticas y para evitar que sus enemigos
dieran curso a una venganza póstuma y “lo llevasen al dividivi” (probablemente
para colgar su cadáver), los seguidores del padre Yépez, “lo inhumaron
prontamente en el Cementerio de San Juan”.
“Casi clandestino”, sostiene
Álamo. “Sin aparato y como a la sordina”, se lamenta el sacerdote Alegretti.
El cronista de
Barquisimeto, Ramón Querales, afirma que el padre José Macario Yépez, terminó
sus días padeciendo de tifus, lo que le devino en muerte, no sin antes invocar
a la Inmaculada Concepción, no a la Divina Pastora como lo han hecho ver
algunos escritores, pidiéndole ser él la última víctima del cólera.
Este episodio lo relata
el padre M. Raldíriz, amigo y confidente de Macario Yépez, en la obra Defensa
de la Iglesia, en la cual relata: “Una o dos horas antes de morir este varón,
que era todo caridad, recobra las fuerzas que aún le quedaban, se levanta del
lecho y estando delante de la Imagen de la Santísima Virgen María, bajo la
advocación de su Concepción Inmaculada, que se le había llevado a su casa como
la patrona de este pueblo exclama: Virgen María, Madre de Dios, por el misterio
de tu Concepción Inmaculada, te pido ruegues a tu Santísimo Hijo Jesús, me
otorgue la gracia de que yo sea la última víctima del cólera en esta ciudad”.
Lo cierto del caso es
que la vida del padre Macario Yépez estuvo íntimamente vinculada a la tradición
espiritual de Barquisimeto. Representó a esta ciudad ante el parlamento
nacional en varias oportunidades. Igualmente fue fundador y redactor de El
Correo de Occidente. Adquirió una deuda considerable para construir el templo
de la Concepción y fue acusado de conspiración y muerte del gobernador de la
provincia
La infancia de José
Macario transcurre en su natal Barquisimeto, en donde presencia los días del
pavoroso terremoto de 1.812. Pero también es testigo del trágico año 1.814,
cuando la lucha independentista mostraba su rostro más macabro y la ciudad
monumental quedaba en ruinas.
Según el acucioso
historiador Lino Iribarren Celis, José Macario provenía de una familia de
origen tocuyano, con propiedades y tierras en la Ciudad Madre, por ello,
algunos ensayistas infirieron que el sacerdote había nacido en esos parajes.
Otros investigadores
coinciden que José Macario nació en los primeros días de abril de 1799, en
Barquisimeto, toda vez que el 23 de ese mes, recibió su bautismo. José Macario
vivió en esta ciudad hasta los 16 años, cuando se trasladó a El Tocuyo, con el
propósito de iniciar estudios de gramática.
Su madre, doña María
Josefa Tovar, era oriunda de Quíbor, y su padre, don Francisco Paula Yépez,
natural de El Tocuyo, quienes contrajeron nupcias en Barquisimeto.
Uno de los barquisimetanos
de mayor trascendencia en la historiografía larense es sin duda el presbítero
José Macario Yépez, quien representó para la primera mitad del siglo XIX, una
de las más altas cumbres del pensamiento y la política.
A juicio del
historiador Lino Iribarren Celis y del cronista Eliseo Soteldo, el maestro
Yépez representa para Barquisimeto un hito, un hombre de extraordinarios dotes
intelectuales, un gran polemista, un elocuente orador y un bienhechor en el
campo de la cultura, de la moral y del progreso de la capital larense.
Soteldo detalla que la
influencia del maestro Yépez, marcó pauta en la vida espiritual de
Barquisimeto, porque “Con el ejemplo de sus virtudes y de sus prédicas morales,
el maestro José Macario Yépez, marcó el clima de identidad espiritual, de
comprensión y de solidaridad social entre los habitantes neosegovianos”.
En una investigación
del analista político y abogado, Jorge Ramos Guerra, refiere que Yépez adquirió
una deuda considerable para edificar el templo de la Concepción de
Barquisimeto.
En una correspondencia,
apunta Ramos Guerra, enviada al doctor Manuela Antonio Briceño, fechada en
Barquisimeto el 3 de septiembre de 1853, “Soy deudor de cerca de 2.000 pesos de
cantidades que me prestaron en dinero en efectivo para concluir por mi cuenta y
riesgo, y sin esperanza de reembolso, el templo parroquial de esta ciudad”.
Refiere Iribarren
Celis, que a los 13 años de edad, José Macario presencia la espantosa hecatombe
del terremoto del 26 de marzo; el saqueo de la ya destruida ciudad por la
soldadesca realista y la emigración de numerosas familias patriotas hacia San Carlos,
huyendo de Monteverde.
Asimismo, es testigo de
encarnizada persecución, el enjuiciamiento y el destierro de los mejores
hombres de la ciudad. Ve con horror a ciudadanos honorables esclavizados en la
construcción del cuartel El Campamento bajo el control militar de Oberto.
Es espectador del más
cruel de los excesos de las tropas desenfrenadas de Cevallos; sufre en fin con
su pueblo, gran parte de aquel largo drama que se inició con el sismo y se
prolonga hasta 1821.
Acerca de su iniciación
apostólica subraya Iribarren Celis, que en abril de 1.819, José Macario, ya
decidido a optar por una carrera al servicio de Dios, participa como aspirante
por una beca correspondiente a los jóvenes de Barquisimeto para ingresar al
Real Colegio Tridentino de Caracas.
Envía entonces el joven
Yépez una correspondencia al provisor y vicario gobernador del Arzobispado,
presbítero José Vicente Maya, a fin de atender dicha solicitud “…de seguir
estudios en la capital y no teniendo medios suficientes para someterme a ellos,
estoy en pretender la beca seminaria a que como uno de sus hijos tengo
derecho”.
Este historiador cita
que Santiago Villalonga, hombre acaudalado de la región, regidor decano de
Barquisimeto y custodio de los intereses de la Corona, “hasta el extremo de
haber efectuado viaje a Caracas para denunciar ante el capitán general la
conspiración revolucionaria que en 1.808 se lleva a efecto en Barquisimeto”,
había sufragado la beca de estudios de José Macario desde 1.819 hasta 1.824,
“demostrando gran aplicación al estudio y conducta ejemplar”.
Simultáneamente, José
Macario siguió estudios en la Universidad de Caracas, donde obtuvo el título de
bachiller en Filosofía en 1.822, y dos años más tarde, se graduó de maestro en
la misma especialidad.
El 11 de junio de 1.824,
el ya maestro José Macario, solicitó al vicario capitular de Caracas, doctor
José Suárez Agudo, le despachara letras dimisorias con el propósito de
dirigirse a Mérida a ordenarse con el obispo de aquella diócesis, Lazo de La
Vega, acto que se consumó el 10 de octubre de ese año, en el Monasterio de
Santa Clara.
José Macario fue
poseedor de un gran sentimiento cristiano de amor y altruismo en sus primeros
años como evangelista. Con deber sagrado asume posturas al servicio de la
sociedad, de los más necesitados, de la iglesia y en defensa de la vida
espiritual de su pueblo.
Posteriormente, rige
este sacerdote la memorable escuela de La Trinidad y Gramática Castellana,
fundando la Cátedra de Filosofía y Latinidad, desde donde habrán de germinar
eminentes hombres la patria como Vicente Amengual, Nicolás Gil, los doctores
Tamayo, Candelario Varela, Antonio María Soteldo, entre tantos otros.
Pronto asumió José
Macario con temple de acero, la defensa de los derechos de la iglesia
amenazados por las reformas de las corrientes políticas de la época, impuestas
a la organización eclesiástica.
Ramos Guerra describe
en su libro La Confesión del Cólera, que Yépez se identificó con la causa
conservadora y alcanzó diferentes escaños como diputado ante el Congreso
Nacional, en el periodo 1.841-1.844, además consiguió la vicepresidencia de la
Cámara de Representantes entre 1.842-1.843.
Igualmente fue senador en
representación de Barquisimeto en 1.846 y presidió la Junta Regional para
repatriar los restos mortales del Libertador Simón Bolívar.
Las labores de
periodista no pudieron faltar, fundando y redactando El Correo de Occidente,
vocero informativo de la Asociación de Conservadores de Barquisimeto, del cual
era su vicepresidente para 1.849.
En 1.854, el presbítero
José Macario Yépez, junto a otras personalidades de la ciudad, se vio
involucrado en el asesinato del gobernador de la Provincia Barquisimeto, Martín
María Aguinagalde y del jefe político de Cabudare, José Parra, hecho ocurrido
el 12 de julio del citado año.
El cronista Soteldo
asienta, que el maestro Yépez fue detenido y trasladado a Caracas, “pero poco
duró preso. Fue liberado”.
Pero fue su sacrificio como
sacerdote lo que le hace pasar a la posteridad.
El hecho que marcó su
vida y lo perpetúa en la historia de la patria, es la actitud asumida en 1.856,
cuando una terrible epidemia diezmaba a la población de Barquisimeto, y ante la
presencia de la sagrada imagen de la Divina Pastora, trasladada desde el pueblo
de Santa Rosa a la ciudad, ofrece su vida a cambio de la erradicación de la
peste.
Lo que realmente sucedió
fue que el padre enfermó de cólera, la cual degeneró en tifus, causándole la
muerte el 16 de junio de ese año. Sus restos fueron depositados en el
cementerio de San Juan”, según anota el cronista Soteldo.
Ciertamente es mucho más
rica la historia del padre Macario que la de la Pastora, pero entre gustos y
colores jamás se escribirán los autores.
Dios con todos.
Lic./Psic. J. A. Gómez Giménez.
Fuentes
consultadas:
Eliseo Soteldo.
Anotaciones Históricas de la Ciudad de Barquisimeto 1801-1854.
Hermano Nectario María.
Historia de la Divina Pastora de Santa Rosa. Segunda Edición 1926.
Jorge Ramos Guerra. La
Confesión del Cólera. Barquisimeto 1998.
Lino Iribarren Celis,
Semblanzas Neosegovianas del Procerato de Barquisimeto. Caracas 1966.
Ramón Querales. (RE)
Visión, Apuntes para la Historia del Municipio Iribarren. Barquisimeto 1995.
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