sábado, 16 de noviembre de 2019

La democracia en Venezuela:


Escribo estas líneas a raíz de los últimos acontecimientos acecidos en la hermana nación de Bolivia, la cual debe su nombre al apellido de nuestro guerrero insigne Simón Bolívar. Es de suma importancia tener claro que Venezuela es un país donde la democracia es viable y ha sido posible, como vocación y realidad, con interrupciones y accidentes. Desde 1.811 la vocación por la libertad ha sido constante. Es un principio continuo, duradero, vertebral. Pero, ¿cuál ha sido más persistente la libertad o la igualdad?...

Ambos nacieron parejos, por cuanto la guerra civil que fue la Independencia los emulsionó; pero la igualdad, a mitad del siglo XIX, en tiempos de la federación, adquirió tintes que se mezclaron, con el proceso de homogeneización que es el mestizaje. Somos una sociedad mestiza, con armonía en el espíritu. Así lo hemos sido y esa fue nuestra fuerza y privilegio frente a otros países americanos que difícilmente establecieron la libertad ya que su vocación igualitaria era traumática o insuficiente.
Aquí asociamos temprano la libertad con la igualdad.

Durante mucho tiempo la lucha por la igualdad estuvo empotrada en la paz lograda a comienzos del siglo XX y en el aumento del ingreso impulsado por el petróleo. Al afectarse la distribución del ingreso luego de 1.977, el desequilibrio se hizo visible y después vino la prédica del odio, derrotada con la muerte de José Tomás Boves, a refrescar pasiones y a cortar el caudal profundo de comunicación vital que nos hizo mestizos contentos y aptos para la democracia.

Ese entre muchos es el daño más grande que Hugo Chávez le hizo a Venezuela.

El multiculturalismo y la monserga postmodernista es cháchara mal asimilada de unos antropólogos importantes que por el hecho de serlo no son indiscutibles. Países que no son modernos ahora se cambian el apellido y pasan a nombrarse postmodernos. Es una quincalla intelectual de la sociedad de consumo.

En Venezuela somos mestizos aun cuando el multiculturalismo sea desintegrador. El mestizaje cohesiona, por eso un país pequeño debe aprovechar su vocación y posibilidad para integrarse por dentro, eso le da aliento para defenderse por fuera.
Si Venezuela puede reconstruir la estructura de un Estado de Derecho donde la legalidad funcione y sea confiable es un tema no muy fácil de discutir. Ejemplos hay muchos: Nigeria, Kenia en estos días, antes Afganistán.

¿Es posible la democracia en Pakistán?...

Estos simulacros de elección en algunos países de Ibero América, ¿son democráticos?... Lo que importa es el acatamiento a los derechos humanos, la confianza en la Ley, el respeto a los otros. ¿Hay esto en Zimbabue?, ¿cuál país es más libre y afortunado: Cuba o Singapur?...

Lo importante es que haya república y en ella ciudadanos.

Venezuela hizo, desde 1.936, progresos importantes en dirección de la democracia. A la muerte de Gómez, el Presidente López Contreras y más tarde el Presidente Medina, le dieron vuelta positiva al postgomecismo. Pero sobrevino el gran error histórico del 18 de octubre que regresó a los militares al escenario político. Error costoso y trágico. Pero en la otra columna de la contabilidad política se eligió democráticamente a un Presidente honorable e ilustre, Rómulo Gallegos, por sufragio universal.

Fue derrocado por una combinación de la derecha autoritaria y el Gobierno de los Estados Unidos, creyendo que se protegían del comunismo. Por eso tuvimos otra dictadura militar. La caída de Gallegos le cortó a Venezuela las luces y posibilidades de la posguerra.

Venezuela tiene todos los privilegios de un país viable y posee una democracia viable, vivida, sufrida, aprendida no en el discurso sino en el ejercicio práctico del pluralismo. Lo ha hecho unas veces bien, otras mal y otras peor. Pero hemos vivido la democracia en lo cotidiano y es parte de su nosotros. Somos viables como país porque somos gente progresista. Lo que nos jode es ser egoístas por naturaleza. Si en lugar de hacer la revolución tomásemos por la sociedad del conocimiento iríamos hacia adelante, no digo yo que seriamos potencia pero si una nación que progresa y en consecuencia es feliz.

Tenemos agua en abundancia, que, según los expertos, en el curso del siglo XXI será más importante que el petróleo. Y desde luego, la energía eléctrica. Pero dichos servicios no llegan a una parte de la población y a la otra le llega racionada.  

En Venezuela no es posible una nueva dictadura porque la gente va delante de los proyectos políticos. La estrategia saldrá de la comunidad, de la sociedad. La oposición ha tenido tiempo para hacer el examen de conciencia pero no lo hace porque son TARADOS en potencia y solo desean sacar del poder a quienes roban para sentarse ellos a robar. Por eso la asignatura pendiente no es regresar a las viejas prácticas adeco-copeyanas del pasado. Se requieren partidos modernos, actuales, progresistas. Pero es el ciudadano y no el compañero de partido, el protagonista de la acción.

Estos aberrantes pactos entre militares y civiles, mal denominado Unión Cívico-Militar es una total y absoluta aberración democrática, impedir con cualquier trampa legal o no la recolección de firmas para un referéndum consultivo, los pronunciamientos rebeldes de militares y policías como Oscar Pérez y la creciente participación en marchas y todo tipo de iniciativas colectivas demuestran el radical cambio de la manifestación democrática venezolana, la cual ha saltado de la simple y pasiva expresión electoral a la participación activa y creadora, fundamento verdadero de la misma.

Desde 1.958, la nación venezolana ha vivido la creencia de la democracia sufriendo su enraizamiento y se ha enorgullecido de su desarrollo. La democracia ha sido el vehículo de salvación y diferenciación de otras naciones de América; una fe incontrovertible manifestada en el rito electoral y la falta de cuestionamiento de sus líderes. El Estado venezolano, entendido como la concreción del ideal democrático, se convirtió en camino y fin de la redención y la transmutación que la implementación de la democracia traería.

Curiosamente, el individuo sometido al designio estatal, ha vivido esperanzado de una renovación que inevitablemente devendría: la erradicación de la pobreza, la elevación del nivel de vida, el desarrollo insoslayable, entre otras maravillas que el Estado otorgaría.

Sin embargo, esa forma de ver a la democracia la despoja de su carácter esencial de vía para la consecución de objetivos individuales y para afianzar la identidad nacional. Pero no se trata que esos objetivos sean otorgados por el sistema, sino que los particulares tengan en sus manos la libertad necesaria para definirlos y obtenerlos por sí mismos. Esta noción, aunada al paternalismo estatal, nacido de la renta petrolera, contribuyeron de manera decisiva a la formación de una actitud pasiva, que solo manifestaba su incomodidad con las políticas estatales a través del castigo electoral.

Otro concepto del fenómeno chavista que se sumó a esa pasividad a fin de apuntalar la autoridad ilimitada del Estado venezolano: la “revolución”, fue vendida como medicina única y quasi-religiosa; arma catalizadora del cambio siempre esperado; camino exclusivo para acceder a las esperanzas transgredidas por una élite política abandonada a su propio enriquecimiento. Ese mito de la revolución omnisciente, quedó desmentido a través de las experiencias revolucionarias históricas del siglo XX como la bolchevique, cubana, china, entre otras; la cuales no lograron el renacimiento individual y colectivo deseado, sino la transformación del aparato estatal en una máquina eficiente de opresión deshumanizante.

Ahora, el activismo político reciente del venezolano medio debe contribuir a la concreción, no de la creencia democrática sino de la idea democrática, la cual se expresa en una hilación coherente de objetivos basados en la verdadera naturaleza de ese sistema político: la de recurso, materia prima, sendero para llegar a la libertad definida a través de la perspectiva del individuo y no del Estado.
Y lo más importante es que dicha modificación resulte irreversible.
El venezolano, históricamente no ha tenido necesidad de experimentar el mito revolucionario, entendiendo ahora que la revolución no es más que una excusa para la supresión del individuo y la venalidad de los personeros gubernamentales, es decir, es un fenómeno que enriquece a pocos y empobrece a muchos. Dicho entendimiento nos lleva a fabricar con esfuerzo propio el sistema político y la sociedad que queremos y merecemos tener.
La renuncia casi forzada del ex presidente seudo revolucionario Evo Morales en Bolivia es, según muchos analistas, otro indicio más que la democracia en América Latina se está resquebrajando. “Los síntomas son cada día más visibles”, alegan. En Venezuela Hugo Chávez socavó el Estado de Derecho y rompió las delimitaciones que separan los Poderes. Su sucesor defiende a capa y espada el legado de su padre, maestro y mentor, es decir, continúa la obra destructora de aquel llevándola incluso a un nivel superior.

En Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa asesinan al pueblo. En Ecuador, recibieron una dosis de su propia medicina y ahora intentan resurgir de sus cenizas. En Brasil lograron encarcelar a Lula y destituir a Dilma, aunque siguen guabinosos al punto de liberar al corrupto barbudo.
Lagos, los Kirchner y Vázquez, representa otros peligrosos virajes de la región hacia la izquierda corrupta y por tantos años reprimida.  

Pero tampoco debemos caer en el fatalismo.

Hace apenas unos 30 años, juntas militares o dictadores gobernaban casi todos los países de América Latina. Durante la década de los 80, esta situación dio un giro coperniquiano: para 1990, con la excepción de Cuba, la democracia imperaba en todos los países de la región. Sin contar Haití, los militares no han tumbado un gobierno para luego entronizarse en el poder desde 1.976. Hoy día, pese a Chávez, Fujimori, Correa, Lula, los Kirchner, Ortega, Evo y otros, es imposible imaginar una vuelta a la época de las dictaduras de los 60 y 70, sobretodo si se considera que hasta ahora no han sido comunes los retrocesos de democracias a formas autoritarias de gobierno.

Tampoco debemos subestimar cuánto se ha integrado la región a la economía global, lo que la hace más susceptible a presiones internacionales para preservar la democracia. Estas presiones se han intensificado desde la caída de la Unión Soviética, pues con el desvanecimiento de la amenaza comunista, que empujó a los norteamericanos a formar vergonzosas alianzas con tiranuelos para resguardar zonas de influencia, los países del Primer Mundo se han vuelto más consecuentes en su apoyó a la democracia en la región; y como estos países tienen influencia directa e indirecta en los flujos económicos internacionales, su poder para proteger y promover la democracia ha aumentado significativamente.

También exageran quienes proclaman un peligroso resurgimiento de la izquierda en el continente, insinuando que después del fracaso de las reformas liberales de los 90 América Latina se ha deslizado al otro extremo del espectro ideológico. Es cierto que tanto Lula en Brasil y Kirchner en Argentina como Vázquez en Uruguay y Lagos en Chile son líderes de izquierda; es decir, se identifican como líderes de izquierda y lucen credenciales de izquierda. Pero su manejo de la economía ha sido diferente al de Alan García en Perú, al de Salvador Allende en Chile, o al del célebre adalid del grupo, Fidel Castro, epítome de las causas izquierdistas en América Latina que ha prácticamente definido lo que significa ser de izquierda en la región.

La política económica de Lula, Kirchner, Lagos y compañía nada tiene que ver con un radical reordenamiento de la economía ni con la confiscación y nacionalización de la propiedad privada. Tampoco estuvo en guerra con la inversión extranjera ni enamorada del gasto público. Más bien su política económica ha sido bastante ortodoxa, totalmente en línea con los principios de la economía de mercado. Ni siquiera Hugo Chávez, cuya chapuza autoritaria destilaba una profunda identificación con desteñidas causas izquierdistas, fue consistente ni coherente en cuanto a la dirección ideológica de su régimen.

Se dicen socialistas y son más capitalistas que cualquier reyezuelo monárquico o líder imperialista.
La izquierda latinoamericana se parece más a la izquierda light de los países desarrollados, que se cierne dentro del marco del liberalismo, que a la de un Ortega, un Allende o un Castro, o que a la de las otras variantes de izquierda practicadas hasta ahora en la región.

Lo que si es cierto es que pese a los logros políticos de las pasadas décadas las democracias de América Latina, salvo contadas excepciones, no son democracias estables. Prueba de ello son no sólo las crisis y protestas en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Haití, también la docena de presidentes elegidos democráticamente que, en las últimas décadas, han sido enjuiciados o se han visto obligados a renunciar, no han podido completar su período, de hecho Ecuador tiene un record de siete presidentes en ocho años.

También es cierto que la democracia no ha llenado las expectativas de la gente. Las respetadas encuestas Latinobarómetro revelan que los latinoamericanos prefieren la democracia a la dictadura. Pero estas mismas encuestas también muestran desconfianza respecto a los beneficios y rendimiento de los gobiernos democráticos.

Esas dudas son perfectamente entendibles, pues en muchos sentidos los logros de las democracias latinoamericanas han sido nimios y mediocres. El crecimiento de la economía en la región ha sido pobre. El desempleo, al igual que la violencia y el crimen, ha ascendido a cifras récord, siendo hoy mucho más alto que a principios de los 90. En los últimos 35 años el único país cuyo ingreso per cápita ha subido significativamente ha sido Chile, también el único país en el que la pobreza está por debajo del 20 % de la población.

En el 2.004 la economía de América Latina creció un 5.5 %, el más alto crecimiento que ha registrado la región en décadas. Sin embargo, los expertos señalan que este crecimiento se debe en gran parte a circunstancias internacionales extremadamente favorables. Es decir, lo más probable es que dicho crecimiento no se mantenga.

No es ningún secreto que los gobiernos democráticos de América Latina no han materializado los sueños de justicia y progreso social. Tampoco lo es que nuestras democracias a veces apenas merecen el título. En muchos países no hay un verdadero sistema de contrapesos o equilibrio de poderes; el sistema judicial es a menudo un mero instrumento de los poderosos; la ley no llega a la mayoría de la población o llega con cuentagotas; la riqueza se distribuye de abajo hacia arriba; el sector privado de la mayoría de los países es pavorosamente ineficiente.

Estos problemas no son necesariamente indicadores del desfallecimiento de la democracia, pero tampoco se deben tomar con ligereza. No en una región con 227 millones de pobres y las más feroces desigualdades del planeta.

La democracia se ha instituido en la región aunque no ha podido responder eficientemente a los problemas que afectan a Latinoamérica. Hay signos que nos hablan de un camino democrático: Elecciones periódicas, los partidos políticos han podido alternarse en el ejercicio del gobierno, existe la división de poderes, se identifica una menor presencia militar y una mayor presencia de la sociedad civil en el Estado. No obstante hay países en los cuales los signos son débiles: Se irrespeta el Estado de derecho, no hay rendición de cuentas y control de las instituciones, corrupción e impunidad, una justicia lenta con un bajo grado de accesibilidad por parte de la sociedad, inequidad en la distribución del ingreso, inseguridad, debilidad en la salud, ineficacia en los proyectos educativos y una gran debilidad en el campo de la solidaridad social.

¿Dónde ubicar a Venezuela?...

En el Índice de Desarrollo Democrático de América Latina (IDD Lat 2.004), Venezuela se ubica en el último lugar entre 18 países estudiados. Con respecto a los Derechos Políticos y Libertades Civiles, Venezuela se ubica en el penúltimo lugar. El tema de la inseguridad es una variable clave en la percepción negativa de los ciudadanos, aunado con la lentitud y la impunidad generada desde el sistema judicial. Desde otra perspectiva la desvalorización de los partidos políticos y un gobierno controlador de todos los procesos políticos-económicos han cuestionado el ejercicio de estas libertades.

El informe señala: “Paraguay, Ecuador, Perú, Argentina, Bolivia, Colombia y Venezuela, son claros ejemplos de cómo las crisis político-institucionales se van sorteando al costo de un peligroso debilitamiento institucional, de un vaciamiento del sistema de partidos políticos y del crecimiento de la inseguridad”.

Con respecto a la dimensión de calidad institucional y eficiencia política los resultados son similares con respecto a Venezuela.

En relación a la capacidad de los gobiernos para generar políticas que aseguren bienestar, es probable que las misiones asumidas por el gobierno hayan permitido paliar momentáneamente una percepción negativa en esa área, no obstante los indicadores del desempleo, de la mortalidad y otros vinculados a ésta dimensión señalan un retroceso en este tipo de políticas, aunque si se realiza una comparación con respecto a otros países de la región, en Venezuela este retroceso ha sido menor.
¿Se justifica considerando la elevada renta petrolera?...

Estos índices son datos que deben ser analizados con la finalidad de evaluar la gestión política que se realiza en Venezuela. Las comparaciones con otros países deben interpretarse considerando los avances y retrocesos que hemos tenido como nación, los cuales en algunas áreas son también cuestionables. Al margen de la discusión política de estos últimos años, el cambio de estos indicadores no solamente es responsabilidad del gobierno sino de todos los sectores de la sociedad venezolana.

En un entorno global en el que una quinta parte de los países del mundo ha experimentado un obvio retroceso en cuanto a los derechos políticos y las libertades civiles, la situación de América Latina es todavía positiva.

Freedom House, una organización no gubernamental que dedica sus esfuerzos a la expansión de la libertad en el mundo, indica en su informe anual que América Latina "es gobernada hoy día por partidos que han demostrado su compromiso con los procesos electorales, la libertad de expresión y un amplio rango de libertades civiles".

Sin embargo, los expertos advierten que la libertad en Venezuela continúa bajo coacción y Nicaragua también sufrió un retroceso en 2.007.

En el lado positivo se encuentra Haití, que ha mostrado señales de un modesto progreso, de acuerdo con el informe. Los tres países forman parte del grupo de los países parcialmente libres.

El estudio explica que la tendencia a la baja de Venezuela se debe a las restricciones impuestas por el Gobierno del ex presidente Chávez, continuadas por Maduro, a la libertad de reunión y de hacer actos de protesta, a la actividad de la prensa y a la libertad de cátedra. En lo que se refiere a Nicaragua, Freedom House considera que experimenta un declive en sus niveles de libertad y democracia por una "excesiva concentración de la rama ejecutiva" y la implantación de una ley que sanciona el aborto bajo cualquier circunstancia.

A juicio de la organización, Haití ha evolucionado positivamente porque en el país ha aumentado la estabilidad política y la seguridad en las ciudades.

Desde un punto de vista más genérico, América Latina ha mejorado no sólo su crecimiento económico en los últimos años, sino también la calidad de sus gobiernos, ya que los ciudadanos confían ahora mucho más en los Estados.

A juicio de los expertos, los retos y obstáculos que afronta la región para avanzar hacia la plena democracia y libertad son la frágil estabilidad institucional, el débil estado de derecho, la impunidad frente a delitos, la corrupción y la pobreza. Freedom House también menciona entre los aspectos que impiden un mayor progreso unos altos niveles de violencia, la desigualdad social y la inseguridad económica.

Preocupa a los analistas de Freedom House asimismo la continuidad de la influencia que ejerció Chávez sobre el resto de naciones latinoamericanos, al pretender implantar en otros países la revolución bolivariana o el socialismo del siglo XXI. A juicio de la organización, el presidente venezolano actual ha fallado hasta el momento en sus pretensiones de expandir sus ideas sobre el socialismo a toda la región, principalmente porque ninguno de los países considerados admiradores de Chávez, entre ellos Bolivia, Ecuador y Nicaragua, pueden apoyarse en el petróleo para impulsar políticas económicas insostenibles y mantener el poder.

¿Qué le depara el futuro próximo a Venezuela?...

Viva Venezuela libre.


Lic./Psic. J. A. Gómez Giménez.


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