Juan Liscano sostuvo que “uno de los grandes méritos de este libro es el lenguaje. Sojo crea su despliegue metafórico con los elementos telúricos y vegetales que pertenecen a la flora y fauna de Barlovento”. Estos elementos no ocultan las duras faenas a las que son sometidos los peones por los hacendados. Expresan también dolor y sacrificio, a su vez, enlazados a una prodigiosa cotidianidad que transcurre entre la música y la sensualidad. Tanta vitalidad es descrita a través de los encuentros sexuales en los campos —donde dejan lo mejor de su existencia, al enriquecer a los negociantes del cacao—, en los ranchos en los que florecen las urgentes carencias y en los rincones de las lujosas casas de sus patrones. La primera edición de esta novela se publicó en 1930, cuando Juan Pablo Sojo contaba con veintidós años. El otro mérito —quizás sea el mayor—, es que estamos ante una de las primeras novelas venezolanas que tienen como personaje principal, y motivo de la narración, al negro, a lo negro, a la herencia africana en nuestro país.
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